LA VALENTIA
por osvaldo raya
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No siempre el bravucón ‒el gallito‒ tiene lo que tiene que tener un hombre para no caer en debilidades como las drogas o el alcoholismo, para no traicionar al amigo, para amarlo y apoyarlo, para sostener unida y amparada a su familia. No siempre el bravucón tiene bien puesta la faja en sus pantalones para educar como es debido a sus hijos y para guiarlos en el bien y en el amor. Mantener una hoja de vida limpia ante la sociedad, exige de cada cual la valentía que hace falta para no corromperse y resistir los embates de la economía, sin acudir a los facilismos y las alternativas de la ilegalidad y el crimen. El hombre honesto es un hombre valiente. Y el hombre apegado a la ley y a las normas de la convivencia social. Cada individuo debe ser capaz de hacer valer los valores morales en los que cree y debera defender, contra todo pronóstico de fracaso, su ética rigurosa. Y bravo es el que decide no delinquir, no ceder a las tentaciones y vivir sobre la base de la legalidad y el trabajo; a pesar de los cantos de provocadoras sirenas. Pero un cobarde es siempre camaleónico y oportunista y es el que cae fácilmente en las trampas demoniacas de la ambición y de la falta de fe en la virtud. Cobardes son los que no se comprometen con ninguna postura o con ningún ideal y van de un lado a otro, según sople el viento. Las posiciones relativistas, la contrición, la dualidad de carácter son características de aquel que carece de valentía y virilidad. No se puede vivir como un equilibrista pretextando ser justo y equitativo ‒optando por posiciones mediadoras o de un tercer bando, enajenado e indiferente‒; porque así quedarían demasiados espacios en blanco, demasiados vacíos en las soluciones de los problemas. El que vive replegado no vive. Hay que batallar y mirar cara a cara los desafíos de la existencia. El que evade el amor es un cobarde y el que evade la vida y las responsabilidades en la lucha por el mejoramiento de la sociedad humana. Es un miedoso el indiferente, el petimetre, el wannabe, el que mira el juego desde afuera y el que reniega de su compromiso con las verdades universales y de su misión aquí en la tierra. Los que no tienen una postura firme ‒los que no se pronuncian ni se definen ante los retos de la sociedad o la política‒ no son hombres valientes sino cobardes, aunque no sientan miedo de batirse con un león enfurecido. La vida es un león aún más fiero y grande, más temible. Mucho valor hace falta para amar y no traicionar, para ser fiel y solidario, para vivir con dignidad y vergüenza.
La patria no necesita bravucones de barrio ni gallitos de pelea sino hombres valientes, capaces de sostener firmemente sus ideales y de asumir una postura clara y definida, capaces de llevar hasta las últimas consecuencias los credos de la libertad y la justicia. La libertad de Cuba precisa de hombres leales y rectos, convencidos de Dios y fieles a sí mismos.
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