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Angélica Mora
Florida
Apuntes de una Periodista
Creo que lo más impactante para mí, en los actos en que el pueblo de Venezuela ha velado a su ex presidente Rafael Caldera, fallecido a los 93 años esta Navidad, han sido los símbolos:
Han estado presentes como uno solo, la bandera de las siete estrellas y el sentimiento de dolor generalizado ante la partida de un buen hombre.
Los paralelos no pueden ser más discordantes entre Caldera y Chávez.
A pesar de la celebración de las fiestas navideñas, -o quizás por eso mismo por la fecha de paz en que murió un hombre de paz- el pueblo venezolano le ha rendido un sentido homenaje a su Presidente que fue un símbolo de tiempos mejores.
Miles han desfilado frente al féretro y han manifestado su pesar por la desaparición de un hombre digno. Caldera fue un pilar de la democracia latinoamericana, redactor de la Ley de Trabajo que actualmente se aplica en muchos países y firmante del documento de Punto Fijo, que dio fortaleza a la democracia representativa venezolana.
El país ahogado en el llanto de lo perdido es hoy, con la muestra de su pesar, un grito desafiante y abierto contra el actual Mandatario, quien no tiene ninguna de las cualidades de Caldera, nobleza, inteligencia, sabiduría, don de gente y amor y respeto por sus compatriotas.
El pueblo de Venezuela ha estado conciente de que Rafael Caldera se equivocó al indultar, en 1996, al paracaidista que había dado un golpe de estado contra Carlos Andrés Perez, un presidente elegido constitucionalmente, pero lo hizo de buena fe, para sentir bien la conciencia y gobernar con tranquilidad. Caldera quería ser el mandatario de la pacificación y lo demostró a través de ese gesto de sobreseimiento, que todos sus rivales habían prometido realizar -salvo Claudio Fermín- si resultaban elegidos Presidentes.
Además, explicó su hijo -el ex diputado Juan José Caldera- la resolución firmada por su padre era un indulto a todos los participantes en el alzamiento.
Rafael Caldera mismo aseguró que: “la libertad de Chávez fue una consecuencia de la decisión que se había tomado con todos los participantes de los alzamientos del 4 de febrero y del 27 de noviembre…”
Sin embargo, el hombre que él perdonó se revolvió en su odio cuando llegó al poder como una alimaña, y lo repudió luego de la ceremonia en que este mismo mandatario le colocó la banda presidencial.
A partir de entonces han sido solo odio, venganza, soberbia y avaricia los sentimientos que han primado en el presidente que hoy mal gobierna la nación.
El caos, la corrupción y la deshonra de Hugo Chávez y los que lo rodean son el pan de cada día para los venezolanos. La verguenza mundial a sus actos no la conoce y el país enfrenta la burla donde antes hubo respeto internacional.
Por todo eso, las honras fúnebres que recuerdan a un ciudadano ejemplar -donde la familia pidió que no interviniera el gobierno- son hoy el bálsamo para un pueblo herido.