Tuesday, January 12, 2010

Corría el año… 1970 (Y Van Van)


Por Manuel Prieres

Refrescándole la memoria a Juan Formell, director de la agrupación Los Van Van: Cuba, 1ro de enero de 1970, Año de la Zafra de los 10 Millones. Me vi sobre la cama de un camión militar Zil Soviético rodando por la calle Aguilera frente al Parque José Martí en mi oriental ciudad de Guantánamo. Estábamos siendo movilizados hacia los campos de caña. Ibamos como “sardinas en lata”. Mi madre casi no había podido prepararme la mochila. El llamado militar “para la caña” era para todos los ciudadanos aptos y en condiciones físicas y “revolucionarias” para ello. Todo se presentaba de súbito como consecuencia de un Raúl Castro militarizando la Zafra de los 10 Millones, donde el “honor de la Revolución estaba en juego”.

Iba yo rodeado de todo tipo de gente. De entre las personas que íbamos en la cama del camión, algunos gritaban amenazadoramente a pobladores que a esa hora estaban sentados en los bancos de granito rosado del parque José Martí, departiendo entre amigos como tradicionalmente se hacía en dicha plaza desde tiempos de la colonia.

-¡Gusanos! ¡Para la caña! ¡Sacude la mata, Fidel ¡Los Diez Millones Van! Me sentí mal mezclado entre aquella miasma revolucionaria que estaba echando para alante a todo aquel que no estuviera sobre la cama de un camión movilizado para la caña: “Y de que van van. Los diez millones van”.

Tiempo después dejábamos atrás la ciudad comenzando así para nosotros “los movilizados” un calvario. Primero el vehículo cogiendo temerariamente las curvas de la carretera de forma que en cualquier momento la treintena de reclutados seríamos despedidos del mismo contra el duro pavimento.

Después, subiendo y bajando por estrechos y peligrosos canarreos. Era de noche cuando finalmente llegamos a lo que parecía un albergue pre-fabricado. La cama del Zil soviético olía a demonios, debido a que algunos no acostumbrados a los bandazos del vehículo, vomitaron. El albergue, a diferencia de los “barracones” en tiempo de la República, era totalmente de concreto, no de madera como en el pasado. En su interior dos barandas levantadas de un extremo a otro de un bungalow donde colocar las hamacas individuales con un pasillo en el centro. Escasas y pequeñas ventanas; bombillas de poco wattaje manteniendo así una sempiterna penumbra en el interior del local; hedor y hacinamiento humano golpeando nuestras fosas nasales no acostumbradas todavía.

-¡Ateenn Hooo! (¡Atención!) Nos daban la bienvenida dos Sargentos del MINFAR al tiempo que uno de ellos mordía unas palabras:

-Reservistas. Nuestro Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Raúl Castro) ha ordenado militarizar la Zafra de los 10 Millones. Por tanto, la disciplina, las tácticas y los esfuerzos a seguir, serán como si estuviéramos en una guerra y no en cañaverales picando caña. Ya es muy tarde, de manera que no hay tiempo para encender los fogones ahora. Mañana será otro día.

Éramos cerca de sesenta personas dentro del Albergue. El amontonamiento humano palpable y molesto. Casi nadie se conocía. Los presentes significábamos una especie de corte seccional de la sociedad imperante en la Cuba comunista de a comienzos de los 70s. Las edades oscilaban entre los veinte y los cincuenta años. Una buena parte habíamos sido llevados a los cortes de caña víctimas de sofisticados métodos coercitivos.

Tirado con ropas y todo sobre la hamaca no podía yo conciliar el sueño. Cuando se tiene hambre no puede uno dormirse. Ronquidos, expulsión de gases corporales con sus corespondientes tufos. Cucarachas, ratones, mosquitos, acompañándonos en la penumbra. Éramos unos extraños cobijados por el mismo techo. Y cometí el grave error humano de prejuzgar a aquellos que me rodeaban:

“El movilizado a mi lado me pareció un fanático del castro-comunismo vestido de miliciano, revólver a la cintura y medalla de la Virgen de la Caridad del Cobre al pecho; en la hamaca del frente un señor desdentado y actuando camo casi nada ocurriera a su lado, me pareció alguien de quien yo no debía confiarme; al fondo del albergue estaban dos amigos míos del Parque Martí, pensando que con ellos “no habría problemas”. El hijo de un Teniente del MINFAR movilizado por la Reserva Militar para salvarlo su padre del Servicio Militar Obligatorio. Me pareció un soplón entre nosotros. Y así, etc. etc.”

Pero me equivoqué de plano. Y una vez más en éste mi caso particular se puso de manifiesto que “las apariencias engañan”. Tres de la madrugada en el albergue cañero.

-¡De pie! ¡De pie! Eran los dos Sargentos que masticaban las palabras al hablar. Prácticamente sin haber pegado los ojos, se nos sacaba de las hamacas y se nos conminaba a formar en el patio del albergue. Sin lavarnos la cara ni la boca, sin ir a las letrinas de cementado hueco turco.

Después de la formación, ir a vestirnos con ropas para la caña, hacer una cola para tomar café, cholote ruso, pan duro, y después subirnos a los camiones que nos llevarían a los cañaverales. Eran como las cinco de la mañana cuando me ví en el interior de un tupido cañaveral. Aún de noche. En mis manos dos rústicos guantes y una mocha búlgara con casi nada de filo. Su calidad: ¡Malísima! Qué diferencia a las Collins de antes.

Estar dentro de un cañaveral picando caña para mí era piece of cake por haber nacido y criado en ese mundo de las grandes extensiones rurales. Pero, al mismo tiempo y de igual forma, la mayoría de los movilizados para la caña alrededor mío nunca o casi nunca habían estado dentro de un cañaveral para picarlo.

La pica de caña de azúcar es uno de los trabajos más enredados y extenuantes del mundo. Se requiere una constitución física fuera de lo común, con mucha destreza y maña además. El cañaveral se nos antoja un mar de largos y delgados troncos con sus correspondientes hojas cortantes como filo de navaja, pelusas que se te adhieren a los guantes, a las ropas, a la piel. Lo primero a realizar es abrir un descampado para poco a poco ir manejando mejor la mocha. Cortando primero el cogollo, después la caña a dos o tres trozos, e ir levantando una pila para que sea recogida y llevada al central cañero a procesarse. Al mediodía un “alto” sobre el ya descampado cañaveral cortado para ingerir un frugal “rancho de campaña”, y después seguir cortando caña hasta que la noche sorprenda.

De regreso ya de noche al albergue, no todos podíamos tener el privilegio de ponernos desnudos bajo un tubo que derramaba agua que no corría y por tanto se ancharcaba en el piso. No tuve la suerte de bañarme en los primeros días porque al llegar ya se había cortado el agua. Señores, comer el rancho de campaña sin haberse uno bañado y después tener que ir a dormir totalmente sucio resulta una verdadera tortura; además por tener el cuerpo lleno de peluzas de caña. Lo juro.

Pasaron los días y los meses para mí movilizado en la Zafra de los 10 Millones en forma permanente. Tiempo suficiente para ser testigo de tantas cosas feas como, por ejemplo, aquel señor de más de cincuenta años que nunca había picado caña y su falta de destreza con la mocha le hizo darse un terrible tajo en la pierna izquierda que le hacía salir la sangre a borbotones. Fue sacado del cañaveral casi moribundo. O el movilizado que tenía su esposa al dar a luz, y el Sargento le prohibía ir a la ciudad a verla. Mirar como los militares y los jefes del Partido Comunista se iban por las noches para sus respectivas casas en la ciudad y nosotros, los movilizados, totalmente incomunicados de nuestros hogares y seres queridos. Se pasaba tanta penuria y hambre que teníamos que “inventar” yendo a bañarnos por las noches a un río muy distante, recogiendo calabazas dentro de los cañaverales para hervirlas nosotros mismos y así mitigar nuestra hambre y debilidad.

El domingo era el único día que no íbamos a los cañaverales . Era el tiempo que teníamos para lavar nuestras mugrientas ropas y tener un poco de esparcimiento oyendo la radio y viendo el único televisor en la oficina del Partido Comunista. Fue la primera vez que ví tocando música a esa agrupación que nos tenía locos a los movilizados al tener que ser escuchada obligatoriamente en los amplificadores del pequeño poblado. Era como el himno musical oficial que conminaba a todos los cubanos a participar en la Zafra de los 10 Millones, donde el “honor de la Revolución estaba en juego”.

Se llamaban Los Van Van. Su Director Juan Formell le había puesto el nombre en honor a esa Zafra de los 10 Millones. Los Van Van, amenizadores a convicción de ese engendro del que fui testigo, donde se mandó a los cubanos a hacer trabajos forzados a los cañaverales del país.


3 comments:

  1. Un relato muy interesante que revela la crueldad de un regimen que trata al pueblo como esclavos.

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  2. Asi es Sra.

    Y esa misma crapula es la que esta rodando por bares dandole "cuero" a los que aun estan con la cantaleta revolucionaria.

    Dandole pachanga a los que "aun" creen que la revolucion les va a ceder espacios y complacer "pedidos" que son parte vital de la censura.

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  3. casualmente les envie algo increible por lo ingenuo......sobre este tema

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