Thursday, February 25, 2010

SIENTO ODIO, Sí. - ARTICULO -

 IMAGEN MAA

Por: Iliana Curra

Siento odio, sí. Siento odio y rabia cuando veo que crímenes como el que acaban de cometer en Cuba quedan impunes ante las familias, el pueblo y el exilio cubano en general.

Siendo odio cuando veo la estúpida sonrisa de un llamado presidente democrático, como Luis Ignacio “Lula” Da Silva, ante uno de sus amos políticos, el asesino Raúl Castro, cuando éste justifica el crimen de un patriota como Orlando Zapata Tamayo.

Siento mucho, pero mucho odio, cuando veo a los gobiernos latinoamericanos rendir pleitesías al régimen castrista, interceder por él para integrarlo a la Organización de Estados Americanos (OEA) y pedir que Estados Unidos levante sus sanciones económicas a costa de nada.

Tengo odio cuando veo que en la Unión Europea, países llamados civilizados y libres intentan siempre el acercamiento, más allá de que la dictadura fusile, torture, patee o deje morir a un hombre en una prolongada huelga de hambre. Para ellos es más importante invertir para lucrar con el sudor y el dolor del pueblo cubano, ese mismo pueblo que utilizan como mano de obra barata en una esclavitud moderna del siglo XXI.

Y, ¿quién dice que no puedo sentir odio? ¿Por qué no puedo odiar a aquellos que permiten que en mi país se torture, se maltrate, se violen los derechos humanos y se mutile la vida de un joven porque simplemente quiere ser libre?

Claro que puedo sentir odio. Tengo todo el derecho del mundo a odiar a esos zarrapastrosos que viven en mi patria haciendo mal, chivateando, prestándose para integrar turbas de corte fascistas y haciéndoles la vida imposible a todos aquellos que no aceptan ser esclavos jamás.

Vamos, ahora salen los que más sienten por las especies marinas, las ballenas y los pájaros a chillar porque pudieran estar en extinción, y no dejo de creer que deben cuidarse, pero la vida de un cubano, de un ser humano, debe cuidarse mucho más y permiten que se les lastime sin piedad. Que una madre tenga que llorar la pérdida de su hijo que dejaron morir para presentarlo como escarmiento.

Que ni siquiera permitieron fueran con él hasta su última morada porque a la gran mayoría de los opositores los reprimieron, encarcelaron y cerraron sus pasos para que no estuvieran presentes en el velorio ni entierro de Orlando Zapata Tamayo.

¡Y todavía no puedo sentir odio! No es fácil ver al país más libre y democrático del mundo haciendo todos los esfuerzos por acercarse al régimen con el cuento del contacto de pueblo a pueblo, fórmula ya probada sin logro alguno.

La complacencia con la tiranía de los hermanos Castro es ya bochornosa, asqueante y realmente patética.

Desde hace mucho tiempo están muriendo prisioneros políticos en las cárceles castristas y el mundo se ha mantenido indiferente, apático y cómplice a la vez. El desgaste del pueblo en medio siglo de dictadura se nota en sus rostros envejecidos prematuramente, desencantados y frustrados como seres humanos donde la dignidad ha tenido que esconderse en los bolsillos de los pantalones de muchos hombres, a excepción de aquellos que, como dijera Martí. “llevan en sí el decoro de muchos hombres”. La mayoría camina como carneros al matadero sin valor a rebelarse.

Es por eso que tengo que sentir odio, rabia y dolor. Mi patria, mi nación, mi país, Cuba, se ha hundido en la miseria humana más grande de su historia, siempre gracias a la complicidad internacional y la cobardía de muchos.

Pero cuando Cuba sea libre, cuando la dignidad general se levante más allá del miedo y el terror inducido, y para los crímenes haya justicia plena, convencida estoy que ese odio desaparecerá.

Ahora, no. Ahora no me pidan que no sienta odio.

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