Desde Apuntes de una Periodista, Angélica Mora... informa:
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UNA REPORTERA DE LA REVISTA THE ATLANTIC COMPARA LA HABANA PRIVILEGIADA A LA QUE TUVO ACCESO UN FOTÓGRAFO NEOYORQUINO CON LA MAYORITARIA HABANA DE A PIE.
La revista estadounidense The Atlantic encabeza un reportaje exponiendo las experiencias en La Habana del fotógrafo Michael Dweck con la eterna fiesta de los privilegiados en esa capital, y dice que su visión sobre esas vidas secretas, que transcurren muy cerca de donde vive la mayoría de cubanos pobres, constituye un recordatorio de que en el supuesto paraíso comunista existe cualquier cosa menos igualdad.
Dweck se conectó en Cuba con círculos frecuentados por artistas como el pintor Roberto Fabelo y el actor Jorge Perugorría, y en ellos conoció también a herederos de la élite gobernante como Camilo, el hijo del Che Guevara, y Alex, uno de los cinco hijos de Fidel Castro.
Luego publicó en Estados Unidos un libro de fotografías con título en castellano: Habana Libre, pues según ha escrito el artista neoyorquino en The Huffington Post, estos cubanos “son glamorosos, ostensiblemente acomodados y, sobre todo, libres”
.
¿En qué sentido? Lo sugiere más adelante el propio Dweck: “Sus miembros actúan como embajadores de un país que necesita embajadores; viajan libremente, gastan con prodigalidad y viven una vida de relativo lujo”. (Lujo, para los estándares cubanos. Relativo, comparado con las vidas de los multimillonarios americanos).
El reportaje de The Atlantic capta una escena en la que Alex Castro hojea por primera vez el libro de Dweck en una de las ocho visitas de este a La Habana. El marco es un restaurante privado exclusivo en un suburbio de la ciudad. Mientras Alex asegura que su padre es también un artista, de las palabras, les traen atún ahumado; luego, sushi; después, ceviche; todo, entre botellas de vino blanco frío.
La redactora Lois Farrow Parshley señala que las fotos en blanco y negro del libro retratan una vida de esplendor en uno de los países más pobres del mundo: se ven modelos sonrientes con copas de Martini, en el asiento trasero de un descapotable; mujeres que juegan mini-golf en el mismo club náutico de donde Hemingway solía salir de pesquería; y a los delfines de Castro fumando carísimos habanos.
Antonio Castro Soto del Valle
Agrega la autora que, como él mismo reconoce, Dweck tuvo “la suerte de tener suerte”, pues en Cuba, tomar fotos de la familia gobernante o reportar sobre sus vidas personales está prohibido; en el Índice mundial de Libertad de Prensa, la isla ocupa el lugar 167 de un total de 178 países; pero es un lugar donde el capital social puede ser una moneda más fuerte que el peso, y uno tiene que conocer a la gente indicada para poder ver ese lado de su sociedad.
Camilo
Farrow Parshley dice que ella pudo ver el otro lado cuando fue a Cuba en enero de 2010 y se hospedó en una casa parecida a una barraca, donde el hijo de 14 años acababa de abandonar su cuarto para que sus padres pudieran alquilarlo; el padre, que hizo un posgrado en ingeniería en Rusia, ganaba 20 dólares al mes, y estaba ahorrando con la esperanza de algún día enviar a su hijo al extranjero.
Un funcionario del gobierno cubano que habló con ella a condición de que no revelara su nombre le aseguró que con el salario del cubano medio, menos de 20 dólares al mes, es casi imposible sobrevivir. La periodista recuerda que entonces no tenía ni idea de que, a pocos kilómetros de distancia, otros cubanos tenían colgados en las paredes de sus dormitorios originales de Matisse.
Un mutilado que vendía CD a los turistas, en una calle cercana a la fototeca donde se acababa de inaugurar una exposición con las imágenes habaneras de Dweck, le confesó que no creía que Cuba, o la suerte de los ricos en la isla, fuera a cambiar Alex
nunca. “Para ellos, le dijo el vendedor, refiriéndose a la clase gobernante, si nosotros comemos, bien; y si no comemos, también”.
Fuentes: Michael Dweck, The Atlantic, Google noticias e imágenes, edición: El Lagarto Verde
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