En estos días, exactamente el 18 de Enero, se cumplieron
50 años de yo haber llegado por primera vez al exilio de
Miami. Una fría noche aterricé en el aeropuerto con unos pocos dólares en el bolsillo, cargado de esperanzas, de
sueños, de ideales. No pude evitar durante el vuelo y a
punto de salir de Cuba, que dos lágrimas corrieran por mis
mejillas y los ojos se me humedecieran, mientras desde el
avión, allá abajo miraba con tristeza la isla donde nací
y la patria que jamás he olvidado.
No fue voluntaria mi salida de Cuba, los esbirros de la
revolución triunfante y en el poder me dieron a escoger: o te vas de Cuba o amaneces en la cuneta con un tiro en la
frente, me advirtieron. Yo escogí lo primero. No sólo
aquellos esbirros del régimen en 1959 tenían el poder de
encarcelar, matar y fusilar, sino que podían decidir sobre
la vida de aquellos que se le opusieran. Para esa fecha
muchos amigos habían muerto, otros, incluyendo mi querido
hermano Rodobaldo, se pudrían en las mazmorras de Boniato,
La Cabaña, el Castillo del Príncipe e Isla de Pinos.
Yo les estorbaba en Guantánamo, donde tuve que refugiarme
por primera vez en mi propia patria, pues nací y viví
siempre en Santiago de Cuba, donde intentaba hacerme de una
carrera profesional, estudiando muy duro en el Instituto de
Segunda Enseñanza y después trabajando en la Alcaldía
Municipal. Allí en Guantánamo asumí la responsabilidad de
“acción sabotaje” de un movimiento integrado por
hombres y mujeres que no respondían a ninguna
organización, ni a siglas partidistas, ni a consignas de
ningún grupo, nos jugábamos la vida por puros ideales, los
ideales que después me encontré entre los pocos exiliados
de Miami.
Unos días después de haber llegado al exilio, me llevaron
a una reunión a una casa del suroeste de Miami, donde se
reunían los domingos los cubanos. La mayoría de ellos,
unos 90 hombres y mujeres, de extracción batistiana como
yo. En el curso de la reunión alguien sugirió que hablara
de mi experiencia “porque acababa de llegar de Cuba”. Y
después de contar gran parte de mis luchas en aquella
ciudad junto a la Basa Naval Norteamericana y de los hombres
y mujeres comprometidos dentro de la oposición al
comunismo, que había llegado al poder con la revolución
castrista, se me ocurrió vaticinar “que en seis meses
estaríamos nuevamente en Cuba”. Me equivoqué, han pasado
50 años.
Miami para mi, no era la ciudad ideal, sin embargo estaba
geográficamente muy cerca de Cuba. Unas pocas semanas
después de haber llegado, me ví en la Calle Flager y la 15
Avenida, sentado en un banco a las cinco de la tarde sin
saber a dónde ir, con una maleta y sin una peseta en el
bolsillo, listo para convertirme en un “homeless”. Me
habían echado del cuarto donde vivía, porque no podía
pagar la renta y no tenía ni dinero, ni trabajo, ni nadie
que me ayudara. Todos los exiliados vivían con las mismas
carencias. Pero como Dios es muy grande, una mano amiga, el
capitán Labrada, me recogió de aquel banco y me llevó
para un “cuartelito” (una especie de casa de refugio muy
pobre) a dos cuadras de distancia, donde al menos tuve
espacio en un cuarto, un catre donde dormir junto a seis
compañeros más, un modestísimo almuerzo, arroz, frijoles
y un pedazo de pan, y una ducha donde bañarme y lavarme los
dientes.
Fue la época de las “tomateras”, donde las cubanas
exiliadas iban a recoger tomates a Homestead, o las
“camaroneras”, donde muchas mujeres aristócratas del
pasado, pelaban camarones para los restaurantes de la playa
que se comerían luego los turistas, trabajando por setenta
y cinco centavos la hora, o los muelles del Río de Miami,
donde atracaban los barcos con frutos menores de Cuba,
incluyendo las famosas piñas de la isla, que los más
necesitados, como yo, íbamos a descargar para llenar las
rastras que más tarde las llevarían a todos los rincones
de Estados Unidos.
Mención aparte tienen las factorías de Hialeah, por
aquella época un poblado rural de la ciudad de Miami, donde
pastaban las vacas, crecía el marabú y había muchas
fábricas. Allí mandaban los simpatizantes de Fidel Castro
y la revolución y nadie que fuera exiliado en aquel momento
podía encontrar trabajo, aunque se tratara de cubanos como
ellos y se estuvieran muriendo de hambre. Los que se
resistían, como en mi caso y el de mi compañero de
infortunio Chín Martínez, en la Tucker Aluminiun, si le
daban trabajo tenían que defenderse a puñetazos contra las
pandillas de fidelistas, que por aquel entonces se habían
organizado para “defender la revolución”, según
decían, de los primeros exiliados que llegaban. ¡Así era
Miami en 1960!
Por aquella época, en Miami no existía ni el Refugio, ni
la ayuda de las iglesias, ni el International Rescue, ni la
Torre de la Libertad, ni la Ley de Ajuste Cubano, ni nada
por el estilo. Sólo la bondad de algunas personas hacían
posible que los exiliados pudieran comer una miserable
comida al día, en muchos casos con la ayuda de las palomas
>del Bayfront Park, que revoleteaban junto al busto de José
Martí, gracias a la generosidad de una mujer excepcional,
Carmelina Bonafonte y otros y otras luchadoras de Miami.
No obstante todas estas vicisitudes, Miami respiraba
patriotismo, idealismo, coraje, heroísmo, efervescencia,
cubanía. Teddy Whitehouse con su flota de aviones quemaba
los cañaverales en las provincias occidentales y Tony> Cuesta y el doctor Santiago Alvarez, atacaban en alta mar y
en aguas internacionales, los barcos castristas que salían
de la isla, en algunos casos cargados de armas para las
guerrillas comunistas en Centro y Suramérica.
Luego vino, Bahía de Cochinos, la única vez que Cuba pudo
ser libre, por el valor heroico de los propios cubanos en
territorio de la patria. Todos queríamos participar, los
simpatizantes de Fidel, que ya habían dejado de serlo a
medias y los llamados batistianos como Rafael Díaz Balart,
fundador de la “La Rosa Blanca” y Rafael Guas Inclán,
ex vicepresidente de Cuba, junto a su hijo Carlos
Guas—muerto peleando en Playa Girón—y el coronel de la
Sierra Maestra, Sánchez Mosquera, hacíamos cola para
pelear por Cuba en la oficina del Frente Revolucionario
Democrático de la Avenida 27.
El 12 de marzo de 1961junto a Nino Díaz, Jorge Más
Canosa, Pedro Roig, Tony Calatayud, Ramoncito Corona,
Danielito Bacardi, José Valladares, Raymond Molina, Fico
Rojas, Fernando Capestany, Nelson Blanco Navarro, Omar
Guerra, Antonio (Tony) Padrón, Ovidio Camejo López,
Maximino Torres, que fuera alcalde de Santiago de Cuba y
más de un centenar de combatientes, abordamos los viejos
aviones de transporte de la Fuerza Aérea de Estados Unidos
en Opaloka, para trasladarnos al campo de entrenamiento en
Louisiana, en Guatemala y Nicaragua, y luego al campo de batalla en territorio cubano, el 17 de abril de 1961, para
hacer la patria libre o morir en el empeño. Nos tocó
perder aquella guerra y fui capturado varias días después
muy cerca del poblado de Batabanó. Pero estaba vivo y con
deseos de seguir luchando.
Aquel 18 de enero de 1960, el día de mi llegada al exilio
de Miami, permanece imborrable en mis recuerdos, como
imborrables aún están los recuerdos de todos estos años,
peleando y luchando por la libertad, en Cuba, Miami, Nueva
York, Washington DC, Los Angeles, Connecticut, Puerto Rico y
donde quiera que se ha necesitado mi humilde cooperación
para convertir en realidad mi sueño y el de tantos
compañeros y amigos que han quedado en el camino, muchos de
los cuales cayeron combatiendo en Bahía de Cochinos y en
otros frentes de batalla.
Los que vinieron después y los que llegan ahora, gracias
a los traficantes de cubanos desde la isla y a las lanchas
rápidas, no conocen los sinsabores y sacrificios de aquella generación heroica de los sesenta, e inclusive de los años> setenta y blasfeman contra “el exilio histórico”, que
abrió las puertas a los refugiados de Camarioca, el Mariel
y Guantánamo, para darle paso a los inmigrantes económicos
de los últimos años, a los que me niego rotundamente
llamarles exiliados.
Dios quiso que viviéramos para contar parte de la
historia, como lo hice en mi libro “Bahía de Cochinos”.
Por eso recuerdo y quiero tanto a Miami, porque me dio el
único diploma de excelencia que conservo con honor y
orgullo: el de PATRIOTA, sin haber claudicado jamás y sin
haber traicionado los ideales con los que salí de Cuba el
18 de enero de 1960, hace 50 años.
Luis González-Lalondry es periodistas, escritor, orador y
veterano de Bahía de Cochinos. (Publicado originalmente
en Trinchera Digital)
ENLACES A ESTE ARTICULO
OPOSITORES EN LAS CALLES DE GUANABACOA Y REGLA
www.kastroasesino.blogspot. com/
http://WWW.CUBASI_KASTRONO
50 años de yo haber llegado por primera vez al exilio de
Miami. Una fría noche aterricé en el aeropuerto con unos pocos dólares en el bolsillo, cargado de esperanzas, de
sueños, de ideales. No pude evitar durante el vuelo y a
punto de salir de Cuba, que dos lágrimas corrieran por mis
mejillas y los ojos se me humedecieran, mientras desde el
avión, allá abajo miraba con tristeza la isla donde nací
y la patria que jamás he olvidado.
No fue voluntaria mi salida de Cuba, los esbirros de la
revolución triunfante y en el poder me dieron a escoger: o te vas de Cuba o amaneces en la cuneta con un tiro en la
frente, me advirtieron. Yo escogí lo primero. No sólo
aquellos esbirros del régimen en 1959 tenían el poder de
encarcelar, matar y fusilar, sino que podían decidir sobre
la vida de aquellos que se le opusieran. Para esa fecha
muchos amigos habían muerto, otros, incluyendo mi querido
hermano Rodobaldo, se pudrían en las mazmorras de Boniato,
La Cabaña, el Castillo del Príncipe e Isla de Pinos.
Yo les estorbaba en Guantánamo, donde tuve que refugiarme
por primera vez en mi propia patria, pues nací y viví
siempre en Santiago de Cuba, donde intentaba hacerme de una
carrera profesional, estudiando muy duro en el Instituto de
Segunda Enseñanza y después trabajando en la Alcaldía
Municipal. Allí en Guantánamo asumí la responsabilidad de
“acción sabotaje” de un movimiento integrado por
hombres y mujeres que no respondían a ninguna
organización, ni a siglas partidistas, ni a consignas de
ningún grupo, nos jugábamos la vida por puros ideales, los
ideales que después me encontré entre los pocos exiliados
de Miami.
Unos días después de haber llegado al exilio, me llevaron
a una reunión a una casa del suroeste de Miami, donde se
reunían los domingos los cubanos. La mayoría de ellos,
unos 90 hombres y mujeres, de extracción batistiana como
yo. En el curso de la reunión alguien sugirió que hablara
de mi experiencia “porque acababa de llegar de Cuba”. Y
después de contar gran parte de mis luchas en aquella
ciudad junto a la Basa Naval Norteamericana y de los hombres
y mujeres comprometidos dentro de la oposición al
comunismo, que había llegado al poder con la revolución
castrista, se me ocurrió vaticinar “que en seis meses
estaríamos nuevamente en Cuba”. Me equivoqué, han pasado
50 años.
Miami para mi, no era la ciudad ideal, sin embargo estaba
geográficamente muy cerca de Cuba. Unas pocas semanas
después de haber llegado, me ví en la Calle Flager y la 15
Avenida, sentado en un banco a las cinco de la tarde sin
saber a dónde ir, con una maleta y sin una peseta en el
bolsillo, listo para convertirme en un “homeless”. Me
habían echado del cuarto donde vivía, porque no podía
pagar la renta y no tenía ni dinero, ni trabajo, ni nadie
que me ayudara. Todos los exiliados vivían con las mismas
carencias. Pero como Dios es muy grande, una mano amiga, el
capitán Labrada, me recogió de aquel banco y me llevó
para un “cuartelito” (una especie de casa de refugio muy
pobre) a dos cuadras de distancia, donde al menos tuve
espacio en un cuarto, un catre donde dormir junto a seis
compañeros más, un modestísimo almuerzo, arroz, frijoles
y un pedazo de pan, y una ducha donde bañarme y lavarme los
dientes.
Fue la época de las “tomateras”, donde las cubanas
exiliadas iban a recoger tomates a Homestead, o las
“camaroneras”, donde muchas mujeres aristócratas del
pasado, pelaban camarones para los restaurantes de la playa
que se comerían luego los turistas, trabajando por setenta
y cinco centavos la hora, o los muelles del Río de Miami,
donde atracaban los barcos con frutos menores de Cuba,
incluyendo las famosas piñas de la isla, que los más
necesitados, como yo, íbamos a descargar para llenar las
rastras que más tarde las llevarían a todos los rincones
de Estados Unidos.
Mención aparte tienen las factorías de Hialeah, por
aquella época un poblado rural de la ciudad de Miami, donde
pastaban las vacas, crecía el marabú y había muchas
fábricas. Allí mandaban los simpatizantes de Fidel Castro
y la revolución y nadie que fuera exiliado en aquel momento
podía encontrar trabajo, aunque se tratara de cubanos como
ellos y se estuvieran muriendo de hambre. Los que se
resistían, como en mi caso y el de mi compañero de
infortunio Chín Martínez, en la Tucker Aluminiun, si le
daban trabajo tenían que defenderse a puñetazos contra las
pandillas de fidelistas, que por aquel entonces se habían
organizado para “defender la revolución”, según
decían, de los primeros exiliados que llegaban. ¡Así era
Miami en 1960!
Por aquella época, en Miami no existía ni el Refugio, ni
la ayuda de las iglesias, ni el International Rescue, ni la
Torre de la Libertad, ni la Ley de Ajuste Cubano, ni nada
por el estilo. Sólo la bondad de algunas personas hacían
posible que los exiliados pudieran comer una miserable
comida al día, en muchos casos con la ayuda de las palomas
>del Bayfront Park, que revoleteaban junto al busto de José
Martí, gracias a la generosidad de una mujer excepcional,
Carmelina Bonafonte y otros y otras luchadoras de Miami.
No obstante todas estas vicisitudes, Miami respiraba
patriotismo, idealismo, coraje, heroísmo, efervescencia,
cubanía. Teddy Whitehouse con su flota de aviones quemaba
los cañaverales en las provincias occidentales y Tony> Cuesta y el doctor Santiago Alvarez, atacaban en alta mar y
en aguas internacionales, los barcos castristas que salían
de la isla, en algunos casos cargados de armas para las
guerrillas comunistas en Centro y Suramérica.
Luego vino, Bahía de Cochinos, la única vez que Cuba pudo
ser libre, por el valor heroico de los propios cubanos en
territorio de la patria. Todos queríamos participar, los
simpatizantes de Fidel, que ya habían dejado de serlo a
medias y los llamados batistianos como Rafael Díaz Balart,
fundador de la “La Rosa Blanca” y Rafael Guas Inclán,
ex vicepresidente de Cuba, junto a su hijo Carlos
Guas—muerto peleando en Playa Girón—y el coronel de la
Sierra Maestra, Sánchez Mosquera, hacíamos cola para
pelear por Cuba en la oficina del Frente Revolucionario
Democrático de la Avenida 27.
El 12 de marzo de 1961junto a Nino Díaz, Jorge Más
Canosa, Pedro Roig, Tony Calatayud, Ramoncito Corona,
Danielito Bacardi, José Valladares, Raymond Molina, Fico
Rojas, Fernando Capestany, Nelson Blanco Navarro, Omar
Guerra, Antonio (Tony) Padrón, Ovidio Camejo López,
Maximino Torres, que fuera alcalde de Santiago de Cuba y
más de un centenar de combatientes, abordamos los viejos
aviones de transporte de la Fuerza Aérea de Estados Unidos
en Opaloka, para trasladarnos al campo de entrenamiento en
Louisiana, en Guatemala y Nicaragua, y luego al campo de batalla en territorio cubano, el 17 de abril de 1961, para
hacer la patria libre o morir en el empeño. Nos tocó
perder aquella guerra y fui capturado varias días después
muy cerca del poblado de Batabanó. Pero estaba vivo y con
deseos de seguir luchando.
Aquel 18 de enero de 1960, el día de mi llegada al exilio
de Miami, permanece imborrable en mis recuerdos, como
imborrables aún están los recuerdos de todos estos años,
peleando y luchando por la libertad, en Cuba, Miami, Nueva
York, Washington DC, Los Angeles, Connecticut, Puerto Rico y
donde quiera que se ha necesitado mi humilde cooperación
para convertir en realidad mi sueño y el de tantos
compañeros y amigos que han quedado en el camino, muchos de
los cuales cayeron combatiendo en Bahía de Cochinos y en
otros frentes de batalla.
Los que vinieron después y los que llegan ahora, gracias
a los traficantes de cubanos desde la isla y a las lanchas
rápidas, no conocen los sinsabores y sacrificios de aquella generación heroica de los sesenta, e inclusive de los años> setenta y blasfeman contra “el exilio histórico”, que
abrió las puertas a los refugiados de Camarioca, el Mariel
y Guantánamo, para darle paso a los inmigrantes económicos
de los últimos años, a los que me niego rotundamente
llamarles exiliados.
Dios quiso que viviéramos para contar parte de la
historia, como lo hice en mi libro “Bahía de Cochinos”.
Por eso recuerdo y quiero tanto a Miami, porque me dio el
único diploma de excelencia que conservo con honor y
orgullo: el de PATRIOTA, sin haber claudicado jamás y sin
haber traicionado los ideales con los que salí de Cuba el
18 de enero de 1960, hace 50 años.
Luis González-Lalondry es periodistas, escritor, orador y
veterano de Bahía de Cochinos. (Publicado originalmente
en Trinchera Digital)
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OPOSITORES EN LAS CALLES DE GUANABACOA Y REGLA
www.kastroasesino.blogspot.
http://WWW.CUBASI_KASTRONO
¡Qué historia más perfecta para revelar al cubano!
ReplyDeleteEs como la de todos los que he conocido por teléfono desde la Isla, por mensajes, personalmente...
Así son
y ese es el espíritu que los mantiene vivos, luchando y convirtiéndose en el exilio en la envidia de otros emigrantes.
Bien por ellos.
Ya les llegará el día de recuperar la Patria perdida. La esperanza es lo último que se pierde y se que la tienen a flor de piel y la viven dia a día.
Saludos
Esta es la verdadera historia del Exilio Cubano..........
ReplyDeleteEl que diga lo contrario.......Esta desinformando.
Si la expedición de Bahía los Cochinos hubiese sido un éxito, se habría evitado el derramamiento de sangre que recorrió a América Latina producto de la guerrilla y/o terrorismo financiado por Fidel Castro.
ReplyDeletesaludos
Un punto completo para tí, Javier...
ReplyDeleteAsí mismito fue. La cobardía o desidia de un Presidente que no fue capaz de tener los pantalones en su lugar, politica y sentimentalmente hablando.
Lamentablemente no podemos postear aqui los comentarios desde Facebook....
ReplyDeleteTodos muy favorables......