El bailarín ruso del Kirov escapó corriendo en la pista del aeropuerto parisino de La Bourget para evitar volver a Moscú y para convertirse en leyenda.
Rudolf Nureyev
era un prometedor bailarín del Kirov cuando el 17 de junio de 1961 dio
una doble pirueta a su vida al desertar de la Unión Soviética y pedir
asilo político en Francia. «Quiero ser libre» gritó en inglés mientras
se escapaba corriendo por la pista del aeropuerto parisino de Le Bourget
para refugiarse detrás de dos policías franceses.
Al
joven bailarín, que tenía entonces 23 años, le había comunicado poco
antes el director del Ballet Kirov que él no iba a continuar la gira que
tanto éxito había cosechado con «La bella durmiente» en París. El resto
de la compañía viajaría a Londres, pero él debería regresar a Moscú en
un Tupolev. «Lo comprendí todo en el acto: jamás me dejarían volver a
Europa, yo era una cabeza muy dura impropia para la exportación y
tendría que quedarme en Rusia, castigado y oscurecido», recordaba
Nureyev.
El
artista no solo había destacado hasta entonces por sus cualidades. Su
interés por aprender inglés, por asistir a representaciones de compañías
de danza extranjeras y frecuentar a los artistas que viajaban a la
Unión Soviética, su ausencia en los cursos de instrucción política le
originaban continuos problemas con las autoridades. Por su rebeldía e
inconformismo había sido sancionado con no poder bailar ante los
miembros del Gobierno ni viajar al extranjero... hasta aquel junio de
hace 50 años en que pasaría a convertirse en un símbolo de la libertad.
«Fue el salto más grande de toda mi vida», afirmó después el bailarín.
«Abandoné
mi país sencillamente por falta de oxígeno, para redescubrir el sentido
de la perspectiva que todo artista necesita si pretende continuar dando
lo mejor de sí mismo», comentó Nureyev años después de su
cinematográfica huida.
Aquel
día su nombre fue borrado de la historia de la danza rusa y nació un
mito en Occidente, donde está considerado como el bailarín más relevante
del siglo XX junto a Nijinski.
Hasta 1987 no se le permitió volver a Rusia cuando gracias a una
invitación personal de Gorbachov pudo visitar a su madre enferma y hasta
1989 no volvió a pisar el escenario del Kirov para bailar «La Sílfide».
Una figura irrepetible de la danza
Solo tenía 36 francos en el bolsillo cuando «volvió a nacer» en París,
pero apenas una semana después volvía a bailar en la compañía del
marqués de Cuevas. Después viajaría a Dinamarca y conocería a su
admirado Erik Bruhn y a Margot Fonteyn,
la gran estrella de la danza británica que entonces tenía 42 años. Con
ella formaría la pareja más relevante del ballet mundial de 1962 a 1977.
«Él no era simplemente un bailarín, sino la danza misma», dijo Fonteyn
de él. La pareja escribiría algunas de las mejores páginas de la
historia de la danza con su «Margarita y Armando», su «Romeo y Julieta»,
su «Lago de los cisnes» o el paso a dos de «El corsario».
Nureyev
trabajó con coreógrafos como Roland Petit, Maurice Béjart, Martha
Graham o George Balanchine, llegó a protagonizar una película de Ken
Russell sobre Rodolfo Valentino y se dejó seducir por la música en su
última etapa como director de orquesta. Su difícil carácter le acompañó
hasta el final y le provocó sonoros enfrentamientos en su etapa de
director del ballet de la Ópera de París.
El genial artista nacido en 1938 en un vagón de tren a quien su severo padre quiso convertir en militar como él falleció de sida en París el 6 de enero de 1993 dejando un hueco insustituible en la danza clásica.
«Tal
vez sea a Nureyev a quien más le debamos los bailarines la posibilidad
de ser algo más en el escenario que el «partenaire» de la primera
bailarina. Rudolf nos dio esa posibilidad, no solo a través de su enorme
talento, sino también por su personalidad y carisma sobre el escenario.
¿Qué bailarín no se ha mirado alguna vez en ese espejo y ha deseado
tener una carrera tan brillánte? Rudolf es un símbolo para todos
nosotros. Todavía me emociona su corajuda decisión de traspasar toda
frontera geográfica, política e ideológia y su ansia de libertad. Esa
misma libertad que lo hacía un pájaro sobre el escenario», escribió el bailarín Julio Bocca en ABC tras conocer su muerte. Tenía 54 años. Está enterrado en el cementerio de Sainte-Geneviève-des-Bois, a las afueras de París.
No comments:
Post a Comment