Sunday, June 13, 2010

La carta de 74 firmas

Luis Gonzalez-Infante PP#34028

Cuando se dio a la publicidad una carta firmada por 74 disidentes y activistas de la sociedad civil en Cuba, donde piden al Congreso norteamericano que aprueben la liberación de los viajes de ciudadanos americanos y la aprobación de la venta de productos agrícolas al gobierno coumista, me hice el propósito de no intervenir en la polémica que se avecinaba. Ya estoy acostumbrado a estas inoportunas cartas y planteamientos que surgen casi siempre en el momento preciso en que el gobierno tiene que enfrentar situaciones críticas tanto nacional como internacionalmente.



Pero dos revelaciones me llevan a ser parte del debate. Mi primera reacción se origina cuando en declaraciones públicas Marta Beatriz Roque dio a conocer que fue abordada por Dagoberto Valdés, el activista católico, quien le requerió su firma-que negó- y le confesó que desde el exilio, el señor Carlos Saladriga le sugirió la redacción de la carta de marras. Hasta ahora, para algunos, la intención era que el exilio debiera ser solamente “caja de resonancia” de los que allá adentro enfrentaban a la tiranía. Era casi un sacrilegio, para muchos compatriotas en la isla y en el exilio, emitir una opinión o crítica aunque fuera bien intencionada, que expusiera puntos diferentes; porque, añadían, “ellos eran los que estaban exponiéndose a la cárcel o a las represiones del gobierno”.



Estos sectores tácitamente pretendían expedir patente de corso aun para los más disparatados planteamientos. Ahora resulta que esos sectores del exilio encuentran “caja de resonancia” dentro de la isla. No sé si se han invertido completamente los papeles o se van intercambiar de aquí para allá, o de allá para acá, según las conveniencias, en un juego inescrupuloso.



La segunda razón que me involucra, es la insolencia de Oscar Espinoza Chepe. Con una arrogancia insultante propia de su formación marxista, el economista manda a callar a voces del exilio. En declaraciones al Herald, este petulante declara desfachatadamente que “hay una serie de personajes en Miami que ayudarían enormemente si se callaran la boca porque no nos ayudan”. Chepe, a quien sin ninguna seria enfermedad que le aquejara le fue concedida la libertad extra penal, me recuerda algunos casos que también el presidio histórico sufrió en su momento con personajes como Espinoza Chepe, que luego resultaron ser, o se convirtieron en desaforados voceros del gobierno, aunque estuvieran en prisión y por lo tanto pueden enarbolar el status de preso político. Es como si Chepe en su nebulosa marxista, como jefe o supervisor de algún departamento económico del gobierno estuviera mandando a callar a algunos de sus subordinados.



Repito que no quería invertir tiempo en una carta cuyos argumentos para mi resultan insostenibles. La insistencia de que la presencia de ciudadanos norteamericanos en Cuba y no de otras nacionalidades que ya la visitan, contribuirían a un intercambio de ideas entre el pueblo de a pie y los turistas aceleraría el proceso democrático, es el más infantil de los argumentos.

Esta carta, en el momento que la tiranía enfrenta una fuerte crítica internacionalmente, en la que está como siempre utilizando a los presos políticos, comprometiendo a la jerarquía católica de la Isla en la práctica de sus fechorías de negociación y la próxima presencia de un alto prelado del vaticano próximamente contribuye a descarrilar o desviar la atención hacia lo que la tiranía pretende obtener a cambio de nada: los créditos y dineros de los Estados Unidos.



Nuestro hombre en La Habana, Espinoza Chepe y nuestro hombre en Miami, Saladriga constituyen el binomio de esta superchería que favorece al gobierno cubano. Si Chepe se considera con derecho a mandar a callar a ciertas voces del exilio según su conveniencia, me imagino de lo que seria capaz si lo reintegran en un despacho de alguna dependencia del gobierno comunista de hoy, o en la dependencia de alguna fórmula de gobierno en el futuro.

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