“Algo anda mal y ahora añoro el ayer.” – “Yesterday”, canción de los Beatles
Acabo de leer un posting que me mandaron del blog de la privilegiada Margarita Alarcón Perea. El blog se llama “Ajiaco: . Ella nos enseña a pronunciarlo en inglés, “ah-hee-ah-co”, que no existe en Cuba desde los años sesenta, porque ahora tienen que comer caldosa con más agua y menos viandas. Me lo envió su promotor local, un garabato humano que ahora ha optado por realizar su triste misión por la Internet, ya que cuando escogió hacerlo telefónicamente a Iliana Curra en las oficinas del Consejo por la Libertad de Cuba y a mí, por mi celular, la policía lo visitó y de inmediato canceló la heroica practica realizada desde la cloaca castrista de la calle siete, ordenada por sus amos en La Habana.
Aun así Margarita no va a la mar, viene a mi celular ya que su representante me envía hasta sus correos electrónicos. Que si su hijo está de cumpleaños, que si está molesta porque critiqué a Juanes, que si esá triste porque se le murió un vecino y otras trivialidades socialistas. Margarita es la hija de Ricardo Alarcón, conocido por “Richard” durante su época de rock and roll, y ahora “Ricardo” porque no se puede ser Presidente de la Asamblea del Poder Popular con un nombre yankee. Pero llámese como sea, es el mismo testaferro, del que muchos recordarán su reciente comparecencia, cuando, dirigiéndose a un grupo de estudiantes universitarios que le planteaban sus inquietudes de no poder salir del país, Alarcón, experto ahora en aeronáutica, les vaticinó que si permitían que todo el mundo viajara a la misma vez, los cielos estarían congestionados. El mismo Alarcón que quedó reducido a un insignificante lame botas ante las cámaras hace unos años atrás durante el famoso debate con Jorge Mas Canosa.
Pero volviendo a Maggie y su blog, que por cierto es en inglés ya que su audiencia es fuera del territorio nacional. Después de todo, dentro de Cuba pocos tienen el privilegio de tener acceso a la Internet sin complicaciones, como los hijitos de papá. El posting de marras es dedicado a la tienda El Encanto, “the enchantment” como le llama Maggie, sobrecogida de emoción y se puede catalogar como puro surrealismo cubano. Margarita le recuerda a su audiencia “in english” que al escribir sobre el tema, se cumplen cincuenta años que la tienda quedó reducida a escombros mediante el fuego por quienes ella llama los autores de uno de los múltiples actos terroristas realizados contra la infeliz isla de los hermanos Castro.
Solo que “Maggichu” como se llama ella misma, tiene una memoria selectiva en extremo. Su padre, Ricardo Alarcón, perteneció a la organización terrorista “26 de Julio” que llegó al poder en Cuba poniendo bombas, petardos y cócteles incendiarios, en lugares públicos, no en cuarteles. Los blancos favoritos eran cines, nightclubs y tiendas, además de realizar espectaculares noches de terror, como “la noche de las cien bombas”. Las víctimas no son ficción, abundan y aparecen documentadas para la historia en periódicos de la época con nombres, dirección y edad y ahora en varios sitios de la Web.
La organización del papi de Maggie, protagonizó otros casos como el del cine América cuando la miembro del “26 de Julio”, Urselia Díaz Báez, terrorista de 20 años de edad, murió en el baño del cine – porque, aparentemente, los manganzones del “26 de Julio” la enviaron a ella y la bomba le explotó mientras intentaba ponerla. En Oriente, atacaron el Cuartel Moncada, no por donde se encontraban los militares, pero por el hospital, donde estaban los enfermos y así se hacía más fácil eliminarlos. En La Habana, ciudad donde radicaba El Encanto, bajo ese sol que añora la nostálgica Maggie, Alarcón y sus compañeros terroristas, mataron policías, secuestraron, dispararon contra inocentes, todo como forma de sembrar el pánico entre la población civil.
Entendamos que la nota sobre El Encanto fue escrita en ingles, porque Maggichu vivió casi siempre en Nueva York, mientras su padre representaba a Cuba ante Naciones Unidas, al son de los Beatles, prohibidos en Cuba por aquella época. La pionerita newyorkina nos revela que podía comprar en tiendas exclusivas como Saks y Bloomingdales donde su madre la llevaba a recordar el pasado, mientras el resto de los adolescentes cubanos tenían que ponerse ropa de mala calidad y trabajar recogiendo café en las escuelas del campo. La afable Maggie, recordada por muchos por su buen vivir en la Gran Manzana, no podía escribir esto en Cuba, donde, sin utilizar el fuego, los habaneros han visto otras tiendas similares a El Encanto convertirse en ruinas, gracias al “encanto socialista” que implantó la revolución convertida en dictadura, que ella apoya y defiende, a pesar de medio siglo de crímenes que son legendarios.
La conmovida blogera nos describe el pedazo de seda y satín, con tulipanes bordados, por ambas caras, del vestido de boda de su madre que ella aun conserva. Nos recuerda las etiquetas de hilo, en piezas de tal calidad, que nos cuenta enternecida cómo su hijo se ha puesto algunos trajecitos que pertenecieron al papá de su madrina, porque así, nos relata Maggie, era la calidad de las prendas de antaño.
Pero hay algo que es perturbador y quizás es una muestra de lo sinvergüenza que es Margarita cuando se refiere a la frase de su madre en torno a la desaparición de la tienda de su juventud: “Quisieron quitarnos todo vestigio de clase.” ¿Clase? Los que llegaron al poder promoviendo la lucha de clase, para sumir al país en una miseria, que ellos, como bien deja claro la vida de Margarita, no estaban dispuestos a compartir. Por ahí conservo la entrevista con un pintor ex novio de Maggichu, que no entra en detalles íntimos ni personales, pero sí relata el estilo de vida superior que llevaban Alarcón y su privilegiada familia. Su descripción del contenido del refrigerador, de los bienes de consumo y la bebida consumida en el apartamento frente al Capri, harían desmayar a cualquier cubano sometido a la libreta de racionamiento.
Oh, Maggie, Maggichu, no se tiran piedras cuando se vive perennemente bajo un techo de cristal. Como me dijo alguien que la conoce bien, “es que ella es de la generación que se dio cuenta de la certeza de las palabras de Álvarez Guedes: ¡“Qué clase de m…… es el comunismo!”
La gran ironía es que no pueden esconder, para desmayo de sus padres, su fascinación por el encanto de la antigua burguesía.
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